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papel antiguo

COMENSALES

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La bóveda se cerró con un suspiro.

El cadáver, ahora vacío, fue devuelto a su nicho.

 La familia vendrá mañana, con flores y rezos.

¡No sabrán que su duelo fue interrumpido por una cena!

 En los cementerios del sur, las tumbas son mesas.

 Los cuerpos, platillos. Las noches, un banquete.

 Y los que vuelan y los que huyen… siguen reservando.


Demonatrix Darkling




Llegaron cuando la luz comenzaba a retirarse.

Él, de cuello largo y abrigo hecho de viento. Ella, menuda, con pasos que no dejaban huella.

Ambos hablaban en murmullos. El aire les pesaba. Sus rostros afilados, sus ojos brillaban con una humedad antigua. Parecían humanos. Pero algo en sus proporciones, en la forma en que se movían, en la manera en que olían el aire antes de hablar… desentonaba con la lógica del mundo.

— Es aquí.— dijo ella.

— ¿Y las reservas? —

— Confirmadas —

sosteniendo fuerte el móvil, donde la aplicación titilaba en azul eléctrico.  

   

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El portón de hierro se abrió con un gemido. El anfitrión los recibió con una sonrisa tallada en piedra.

Su voz era terciopelo en seda.

— ¡Bienvenidos al lugar donde la carne nunca envejece!—

Los condujo por un pasillo de mármol agrietado.

El aire olía a flores marchitas, cera derretida… y algo más.

¡A formol! El suelo crujía bajo sus pasos. Desde las paredes, se oía un goteo constante. Era saliva cayendo sobre las losas. Un zumbido lejano vibraba en el techo. ¡Algo respiraba entre las vigas! Las luces eran tenues, amarillas, hechas de pus. Los comensales se acomodaron en sus lugares.

Gusanos de cuerpo translúcido se enroscaban en los bordes, estirándose con lentitud ceremonial.            Hormigas de mandíbulas brillantes marchaban en fila perfecta, trepando por las columnas como si ascendieran a un altar. Moscas de ojos facetados revoloteaban en espirales, descendiendo con precisión sobre los cubiertos de hueso. Escarabajos con caparazones de luto se alineaban en los bordes, esperando su turno con paciencia funeraria. Las cucarachas, vestidas de sombras, se deslizaban entre los pliegues de las cortinas, sus antenas temblando como si dirigieran una orquesta.


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El menú no ofrecía platos.

¡Ofrecía memorias!

Costilla en perfume de duelo: tierna, con notas de clavel.

Lengua en escabeche de silencio: cortada en finas láminas,

servida con lágrimas envejecidas.

Médula en reducción de ausencia: extraída con precisión, cocida en la tristeza.

Pulmón ahumado en humo de velorio: con ceniza de incienso y suspiros.

Rostro confitado en recuerdos: piel caramelizada, mirada perdida.

Corazón al vacío con tulipanes secos: latido detenido, aroma persistente.

Mientras esperaban, los comensales conversaban en susurros:

—¿Sabías que esta sucursal fue inaugurada con una anciana? —

dijo la cucaracha mientras se limpiaba las antenas con un cabello humano. 

—Sí, la del vestido de terciopelo púrpura. —

replicó un mosquito revoloteando en Zig - Zag.

—Tenía los ojos abiertos, en vigilia. —

respondió un gusano mientras se deslizaba por un borde de la columna.

—La piel se le infló como un globo de papel, hasta que estalló.—

contestó la mosca moviendo sus ojos en miles de caleidoscopios.

—El líquido salió disparado, llenando las grietas con un aroma a flores podridas. —

replicó el escarabajo escondido en su caparazón.

—Las flores, ¡sí!. Las que dejaron sus nietos. Claveles blancos, que atrajeron a cientos de nosotras. — contestaron las hormigas 

—Dicen que el cuerpo cantaba por dentro. ¡Que el silencio se podía masticar! —

dijo la mosca conmovida.

—Y que el alma se evaporó por los poros… ¡como incienso! —

remató de nuevo la cucaracha señalando al cielo.

Pidieron lo más tierno. Lo que aún conservaba temperatura.

Lo que acababa de llegar esa tarde, envuelto en seda y químicos.


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Una carroza cruzó el pasillo. La procesión era silenciosa.

Los comensales se levantaron.

El anfitrión los condujo hacia la bóveda 2455.

—¡Apresúrense! — ¡Ustedes saben que el tiempo es breve aquí!

 

La bóveda era estrecha, húmeda, con paredes agrietadas. Las losas estaban cubiertas de musgo. El aire tenía la densidad de un suspiro contenido. En el centro, en un ataúd de cedro blanco, yacía el cuerpo que se abrió como una flor. ¡Era una niña de siete años! Cabello dorado, aún peinado con cintas. Vestía un traje azul pastel, con encajes recién planchados, Su piel, tratada para resistir el tiempo, brillaba con una palidez de porcelana. Las manos pequeñas cruzadas sobre el pecho, como si abrazaran a su madre. Los párpados cerrados ocultaban sueños interrumpidos. Su boca entreabierta, de color violeta al igual que la cinta de la corona que lleva su nombre, parecía querer decir algo que nunca alcanzó a pronunciar.  ¿Quizás el adiós a sus papás? El aroma era dulce. ¡Fruta verde en descomposición! El cráneo crujía. ¡Pan tostado! La sangre, espesa. ¡Vino negro y antiguo! Escurría por las grietas del mármol. Las uñas se desprendían. ¡en pétalos!  El silencio se llenó de sonidos húmedos. Succión. Masticación lenta.


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Los comensales la rodearon con amor. Gusanos se deslizaron por los bordes del vestido. Moscas se posaron en las comisuras de sus labios. Hormigas descendieron por los párpados, explorando un mapa sagrado. Las cucarachas se acomodaron en los pliegues del cuello. ¡El banquete comenzó! Y al final, cuando el cuerpo ya no era cuerpo sino recuerdo, el mesero —una rata de orejas grandes y pelaje brillante— se retiró con paso sigiloso. Tras su larga cola de smoking elegante iba el anfitrión —un buitre de cuello largo y mirada penetrante— lo siguió. Ambos se alejaron por el pasillo de mármol, dejando atrás la bóveda, la niña… y los comensales satisfechos. Recitando a todo Pulmón:


HIMNO A LA BÓVEDA

En mármol frío se sirve el alma.

¡Corte limpio! ¡Aroma a flor que estalla en la memoria! 

La piel, vestida de ceremonia, es manjar lento.

—¿Escuchas? —

Sí... son los que vuelan. 

—¿Y los que esperan? —

Bajo el temblor, se alimentan de lo que fuimos.

¡Cuchillos hechos de olor desgarran el instante! 

¡No hay grito, solo función! —¿Morimos? —

No. Cambiamos.

De cuerpo a número. De humano a festín sin redención. 

¡Oh bóveda! ¡Oh altar de lo que ya no somos! 

Aquí, donde el alma se sirve, ¡la eternidad mastica sin piedad!

En la pantalla del aplicativo, algo titilaba: #HumanoAlPunto

 

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Relato original escrito por: Demonatrix Darkling


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Imágenes generadas por IA

Autor original: Mari luz Zuluaga

 
 
 
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